No decaigas, no desistas, lo vamos a lograr
Por Reinaldo Cardoza
Aunque decir que ya no está es solo un modo de ver las cosas, porque ella sigue no solo en sus recuerdos; también en el trabajo que desarrolló por años para el bienestar de su comunidad; en los proyectos que logró formular para mejorar las condiciones de vida de los vecinos en El Valle; en los libros que fue acumulando en su biblioteca; en los muchos materiales que le servían para preparar los talleres y charlas que dictaba a adolescentes, o que le permitían saber cómo actuar en cada caso de los que orientaba; en sus hijos, que se hicieron personas de bien y profesionales porque tenían en ella un ejemplo a seguir.
Luisa Mirian Rondón Moya nació en Carúpano, municipio
Bermúdez del estado Sucre, el 26 de abril de 1954, hija de María Moya y de Luis
Rondón, ambos carupaneros. La pareja también tuvo una hija menor, Josefina,
nacida tres años más tarde, a quien todos llaman “Finita”. Mirian —como le
decían entre familiares y amigos— vivió
toda su vida en esa ciudad, formó familia y trabajó incansablemente no solo en
sus empleos formales en liceos públicos y privados, también en la comunidad de
El Valle, donde está la casa de sus padres, y luego se instaló ella misma con
sus hijos. Hizo los estudios primarios en la Escuela Básica Santa Rosa de Lima,
muy cerca del Mercado Municipal de Carúpano. Luego, cursó el bachillerato en el
Liceo Simón Rodríguez, en el centro de la ciudad, que culminó en el área de
humanidades en 1973.
Fueron cosas con las que Mirian fue creciendo y que
influyeron en ese modo de ser que todos reconocen como muy suyo.
Al llegar el final del bachillerato, en el año 1973, se
decidió por una carrera corta. Se inscribió en el técnico superior
universitario en educación mención recursos para el aprendizaje del Instituto
Universitario de Tecnología Jacinto Navarro Vallenilla, cuando era aún una prestigiosa
universidad. En 1977, al obtener su título, Mirian comenzó a trabajar de
inmediato.
En 1978 se casó, y el año siguiente nació su primer hijo,
Klenin Luis. Después vino un cuarto miembro a la familia, una niña
a la que
pusieron Yndira Josefina. Vivían en los bloques de Playa Grande, al oeste de Carúpano.
Después se dedicó a cursar los estudios de licenciatura
en orientación. Como no podía hacerlo en Carúpano, porque ninguna de las
instituciones locales ofrecía esa carrera, se matriculó en la Universidad Simón
Rodríguez de Maturín, en el estado Monagas; ella recorría los más de 170
kilómetros entre una ciudad y otra todos los fines de semana para ver clases.
Después de tantos viajes, se graduó en 1988. Y dos años más tarde nació Nairim
Milagros, la última de sus hijos.
Fue por esa época que se divorció del esposo. Entonces volvió
a la casa de los padres, en El Valle. Los abuelos la apoyaban y ayudaban con la
crianza de los nietos, porque los trabajos de Mirian eran demandantes y ella se
dedicaba con verdadera pasión a las cosas que le gustaban.
Después de que se graduó de técnico superior
universitario, había empezado a laborar. Su primera experiencia fue en el Liceo
Jacinto Gutiérrez de El Pilar, en el municipio Benítez, que atendía en paralelo
con el Liceo de El Rincón. Unos años más tarde, logró el cambio hacia el Liceo
Andrés Mata, en San José de Areocuar, donde permaneció hasta su jubilación. Por
las mañanas, se alistaba y salía antes que el sol rumbo a cualquiera de las
instituciones públicas, y por las tardes iba a alguno de los liceos privados:
el Cecilio Acosta, el José Gregorio Hernández, el Rafael Osío Pérez, el Antonio
José de Sucre. Completó los 25 años para su jubilación en la administración
pública y siguió por 5 más en los liceos privados, hasta que se retiró con 30
años prestando sus servicios en estas instituciones. En algunas ocasiones,
atendió asignaturas como psicología, educación familiar y ciudadana y
castellano y literatura, porque era una lectora empedernida.
Muchas son las anécdotas que recuerdan sus compañeros en
sus labores como orientadora. Como esas que cuenta la profesora María
Villarroel, ya jubilada, y quien se encargó del área de educación para el
trabajo por varios años en el Liceo Andrés Mata, en San José de Areocuar, y
allí llegaron a tener una amistad muy cercana. Cada vez que algún estudiante tenía
bajo rendimiento en las clases, o quizá con un comportamiento que se convertía
en una perturbación para el desarrollo de las actividades, de inmediato lo
referían con Marian. Lo hacían no solo porque ella estaba allí para atenderlos,
como orientadora que era, y esa era una de sus funciones, sino porque tenían fe
y confianza en lo que hacía, en las estrategias y técnicas que usaba para hacer
sus abordajes, para acercarse a los estudiantes. Su carácter dócil, dulce la
mayoría de las veces, era muy efectivo. Y los resultados no se hacían esperar:
bastaban unas pocas conversaciones para que los muchachos volvieran al carril y
al ritmo de la dinámica del colegio y de sus propias vidas. Porque Mirian no se
conformaba solo con explorar lo que tenía que ver con el ámbito académico, sino
que siempre iba más allá: llamaba a los padres, hacía visitas a las familias en
sus casas. Todo para asegurarse del bienestar y la tranquilidad de los
estudiantes, para que las cosas marcharan de la mejor manera. También estaba en
cualquier conflicto que se generase entre los estudiantes para tratar de mediar
y encontrar soluciones. No había situación, por más difícil que fuese, que ella
no pudiese resolver.
Hubo una que fue especialmente retadora.
Un día, en plena jornada de clases, en una de las aulas
comenzaron a caer desmayados varios de los estudiantes. La expresión de sus
rostros lucía transformada, como si fuesen otros. Eso alborotó por completo a
todos en el liceo. En realidad, no se trataba de un hecho aislado, sino de un
dique que se había resquebrajado por la tensión acumulada durante varios días.
Desde antes ya circulaban los rumores entre los estudiantes y los habitantes
del pueblo: todo había comenzado con un grupo de muchachos jugando a la ouija y que ahora decían ser perseguidos
y acosados por espíritus; se hablaba incluso de una supuesta secta; y que los
estudiantes iban al cementerio municipal y tomaban flores y huesos de cadá
veres
que usaban en sus juegos. De todas estas cosas se enteraron los profesores
luego de los desmayos.
Mirian intervino con aplomo y profesionalismo: acudió a su
experiencia y conocimientos. Ella misma refirió a psicólogos y psiquiatras a
todo el que creyó que lo necesitaba. Incluso llevaron a un sacerdote al liceo
para que celebrara misas. Y por supuesto, organizó reuniones y charlas con los
padres y representantes para orientarlos. Fue por su intercesión que se logró
aplacar la histeria colectiva que dominaba a todos; las aguas volvieron a su
cauce.
Otra situación que ella supo afrontar y llevar hasta sus
últimas consecuencias tuvo lugar en uno de los liceos privados en los que
trabajaba como orientadora. En ese entonces, su hijo Klenin, ya graduado de
docente, ocupaba el cargo de profesor de educación física y deportes en la
misma institución. Mirian estaba atendiendo el caso de una niña de 2do año de
bachillerato, quien había sido diagnosticada con autismo y recientemente tenía
cambios de conducta que sus profesores no lograban explicarse. En sus
conversaciones con la muchacha, esta le confesó a la orientadora sobre sus
relaciones con dos jovencitos que estudiaban 4to año allí mismo. Las
indagaciones de Mirian la llevaron a descubrir que se había tratado de abuso
sexual, con el agravante de que la víctima era autista. Por eso no descansó
hasta que el caso fue llevado a Fiscalía y los abusadores fueron investigados y
juzgados; incluso uno de ellos cumplió condena en un correccional de menores.
Estas eran solo circunstancias en las que se ponía a
prueba la entereza de su carácter. Porque ella era incansable con todo el
trabajo que hacía con los jóvenes en los liceos, con los muchos talleres que
preparaba sobre distintos temas para brindarles herramientas para actuar en sus
vidas y salir adelante, en asuntos que incluso se consideraban tabúes:
drogadicción, embarazo en adolescentes y proyecto de vida, exploración de la
identidad sexual, exploración vocacional… Algunos eran programas que ella
preparaba investigando y leyendo concienzudamente, documentándose, y que se
nutrían de toda la experiencia que había acumulado. Como se conocía lo buena que
era para estas actividades, la buscaban para que facilitara esos talleres en
distintas instituciones. Y Mirian aceptaba con gusto.
Fue su disposición lo que la llevó a convertirse en una
activa colaboradora para ayudar a resolver las necesidades de la comunidad de
El Valle, donde había vivido desde siempre y a la que volvió con sus hijos
luego de separarse del esposo, primero a la casa de sus padres, en la
urbanización, y más tarde en otra casa que compró en la vereda VII de la
Prolongación El Valle. Por eso fue que postuló su nombre para integrar el
Consejo Comunal, y terminó siendo electa miembro principal. Lo hizo porque
pensaba que desde esa organización podía hacer cosas que contribuyeran a
mejorar las condiciones de vida de sus vecinos.
—Mirian, mi hermana, hay unas máquinas y un camión frente
a la Escuela Eustoquia Luigi. Están recogiendo los escombros de los
alrededores… —dijo Finita un día que visitó a su hermana y la encontró
preparando el almuerzo.
Finita se distrajo por un momento conversando con los
sobrinos y, sin darse cuenta, la hermana se había vestido velozmente y ya
estaba saliendo por la puerta de la entrada.
—¡Mírenme el arroz que tengo montado en la cocina, que ya
vuelvo! —pidió a los hijos.
Sin darle importancia al sol picoso que estaba ya en su
punto más alto, Mirian llegó hasta la escuela, ubicada a unas pocas cuadras más
abajo. Allí conversó con los operarios de las máquinas y les pidió que apoyaran
a la comunidad recogiendo un montículo de desechos que se había ido acumulando
en el estacionamiento cerca de su casa a partir de los sedimentos que bajaban
del cerro, y que luego fue creciendo porque los vecinos echaban allí basura y
escombros. Prometió a los hombres que les daría algún alimento y remarcó su
petición insistiendo en que se trataba de una ayuda muy valiosa para la
comunidad.
Al final de esa tarde, poco le importaban las carreras
que tuvo que dar para preparar el almuerzo y tener todo a tiempo para que los
operarios comieran, porque se sentía satisfecha al haber logrado que
desapareciera aquel montón de residuos que ya llevaba allí varios años.
Otro día, se repitió una escena muy similar:
—Mi hermana, en la placita está Julio porque vino a
inaugurar la gruta de la Virgen del Valle —le comentó Finita el mediodía del 8
de septiembre de 2022 en una de sus frecuentes vivistas a la casa de Mirian,
mientras la hermana se afanaba frente a una olla hirviente.
—¡Vean la sopa, que ya le falta poco! Yo regreso ahorita…
—dijo mientras se acomodaba una blusa que acababa de ponerse. Y encaminó sus
pasos, bajo el sol inclemente, hacia la placita.
Al verla, Julio Rodríguez la reconoció y la saludó con
afecto. Se había hecho habitual que la reconociesen en las oficinas públicas
que visitaba con frecuencia para tramitar beneficios para el sector. Conversó
con él y le planteó, una vez más, una solución para que por fin en El Valle
tuviesen suministro de agua. Hablaron de la posibilidad de que la bomba que
habían conseguido para la
vecina comunidad de Campo Alegre sirviese también
para hacerles llegar el servicio a la Prolongación El Valle, aunque fuese dos
días a la semana. Allí mismo la puso en contacto con el ingeniero de la
alcaldía que podía ayudarlos con las gestiones y para que la propuesta se
hiciese realidad.
En El Valle ya tenían más de 25 años sin que el agua
llegase a las tuberías. Aunque a través de proyectos formulados por miembros de
la comunidad y gestiones en organismos públicos —en los que también trabajó Mirian—
habían logrado garantizar el suministro en algunos sectores, a la Prolongación
El Valle, por su ubicación en la parte alta y por la falta de presión, no
llegaba. Muchos vecinos tienen que comprar cisternas para llenar los tanques de
las casas. Un gasto más que golpeaba los ya menguados sueldos. La escasez de
agua y las fallas en el sistema de tuberías es un problema generalizado en
Carúpano y en todos los pueblos de Paria. Esta era una preocupación que Mirian
conocía muy bien porque ella y su familia lo habían padecido durante años.
Por eso el tema del agua era uno de los principales en la
agenda de gestiones y en el trabajo comunitario que desarrollaba con algunos de
sus vecinos.
Pero Mirian no llegaría a sentir la satisfacción de ver
concretado sus esfuerzos.
De esa camaradería surgió el club de damas, en el que varias
mujeres se reunían todas las semanas, cada vez en una casa diferente de alguna
de sus miembros, para jugar juegos de mesa, celebrar los cumpleaños, el día de
las madres, compartir entre ellas alguna comida, brindarse apoyo. Otra
actividad es la que aún hacen con la imagen de la Rosa Mística, que llevan
semanalmente —en una suerte de peregrinaje— de casa en casa de varios vecinos y
allí le rezan y comparten entre los asistentes.
Como Mirian era insistente y también era respetuosa de
las diferencias políticas, en 2021 fue a conversar con la vocera principal del
Consejo Comunal de El Valle. Lo hizo, aunque ella siempre fue opositora
declarada y reconocida, y a pesar de las irregularidades con que designaron a
esos otros voceros sin notificarles del proceso, cuando aún estaba encargada
del sello e hicieron que lo entregara bajo amenazas. Mirian terminó aceptando porque
Klenin, quien trataba de contener lo apasionada que era su madre cuando se
trataba de estos asuntos de la comunidad, la persuadió de que lo hiciera. Sin
embargo, ella ponía en primer lugar el bienestar de su comunidad y de los
vecinos antes que su orgullo y los intereses personales. Se presentó ante la
mujer acompañada de Luisa Prada, y la vocera les dijo que para ayudarlas con la
solicitud para el surtido de agua era necesario presentar un proyecto.
—El proyecto está hecho. Mañana se lo traemos —respondió
Mirian.
Porque era insistente fue que Mirian habló con Julio
Rodríguez, porque él ya conocía el caso y tenía intención de ayudarlos, además
de q
ue existía una posibilidad real de garantizar el suministro de agua. Aunque
nadie los ayudaba, no perdía la fe.
Una semana antes de su muerte por un ACV hemorrágico, el
26 de enero de 2023, Mirian regresaba con Luisa Prada del rezo de una vecina,
amiga de ambas. Luisa le contó que estaba decepcionada de la vida en El Valle y
que ya no quería vivir más allí: cansada de tener ya 26 años sin agua, sin una
respuesta de las autoridades a las que habían acudido.
—No, Luisa, no decaigas. ¡No decaigas! —le dijo Mirian deteniendo
el paso—. El lunes vamos a Campo Alegre a hablar con Marisela. No desistas, que
ya verás que sí vamos a lograr algo. Y tú me vas a acompañar —se refería a la
vocera principal del Consejo Comunal de Campo Alegre, quien había logrado conseguir
con mucho esfuerzo una bomba para ese sector.
Son esas palabras de Mirian las que recuerda Luisa cuando
piensa en que quizá la forma de conservar la memoria de su amiga, de que su
legado permanezca, es dando continuidad al trabajo comunitario que llevó
adelante, con la misma persistencia y pasión, y el apoyo de quienes integran la
Escuela de Ciudadanía, para así hacer realidad los proyectos y todo lo que ella
tenía pensado para el bienestar de la Prolongación El Valle.
Ahora que ella no está y sienten que han perdido a
alguien que sabía liderar, más que nunca necesitan repetirse como un mantra: “No
decaigas. No desistas. Lo vamos a lograr”.
Tal vez así puedan seguir adelante.