No decaigas, no desistas, lo vamos a lograr

Por Reinaldo Cardoza

 

A los familiares y vecinos de Mirian todavía les cuesta asimilar que haya muerto, más que por lo reciente, por lo repentino y rápido que ocurrió todo. Incluso cuando sus más allegados repasan, como contándose a sí mismos, lo que ella hizo en sus últimas horas, lo que compartieron juntos, les cuesta creer que ya Mirian no está entre ellos.

Aunque decir que ya no está es solo un modo de ver las cosas, porque ella sigue no solo en sus recuerdos; también en el trabajo que desarrolló por años para el bienestar de su comunidad; en los proyectos que logró formular para mejorar las condiciones de vida de los vecinos en El Valle; en los libros que fue acumulando en su biblioteca; en los muchos materiales que le servían para preparar los talleres y charlas que dictaba a adolescentes, o que le permitían saber cómo actuar en cada caso de los que orientaba; en sus hijos, que se hicieron personas de bien y profesionales porque tenían en ella un ejemplo a seguir.

Sus vecinos, muchos de los cuales se convirti
eron en sus amigos trabajando juntos en la Escuela de Ciudadanía, sienten que perdieron a alguien valioso y especial, porque Mirian era realmente persistente y apasionada en todo lo que hacía.

 

Luisa Mirian Rondón Moya nació en Carúpano, municipio Bermúdez del estado Sucre, el 26 de abril de 1954, hija de María Moya y de Luis Rondón, ambos carupaneros. La pareja también tuvo una hija menor, Josefina, nacida tres años más tarde, a quien todos llaman “Finita”. Mirian —como le decían entre familiares y amigos—  vivió toda su vida en esa ciudad, formó familia y trabajó incansablemente no solo en sus empleos formales en liceos públicos y privados, también en la comunidad de El Valle, donde está la casa de sus padres, y luego se instaló ella misma con sus hijos. Hizo los estudios primarios en la Escuela Básica Santa Rosa de Lima, muy cerca del Mercado Municipal de Carúpano. Luego, cursó el bachillerato en el Liceo Simón Rodríguez, en el centro de la ciudad, que culminó en el área de humanidades en 1973.

Con seguridad en esos primeros años Mirian fue asimilando esa particular inclinación por ayudar a los otros de su padre, Luis Rondón. Aunque no había recibido instrucción formal, era un hombre muy educado y trabajador, y siempre estaba dispuesto a colaborar con sus vecinos. Como era chofer y taxista —oficio al que se dedicó por más de 60 años— a todos sus conocidos iba dando la cola en sus recorridos por la ciudad. “¿A quién Luisito Rondón no le dio la cola?”, se preguntaban quienes acudieron a dar el pésame luego de su muerte, cuando ya tenía 94 años, en diciembre de 2022. En las tardes, cuando Luisito regresaba a su casa, a todos los que iba montando en el carro les regalaba un pedazo de pan de la bolsa que había comprado para compartir con su familia. Cuando los vecinos tenían una emergencia médica y necesitaban ir hasta el hospital, acudían donde el señor Luisito, no importaba que fuesen las 3:00 o 4:00 de la madrugada, porque sabían que él no se iba a negar.

Fueron cosas con las que Mirian fue creciendo y que influyeron en ese modo de ser que todos reconocen como muy suyo.

Al llegar el final del bachillerato, en el año 1973, se decidió por una carrera corta. Se inscribió en el técnico superior universitario en educación mención recursos para el aprendizaje del Instituto Universitario de Tecnología Jacinto Navarro Vallenilla, cuando era aún una prestigiosa universidad. En 1977, al obtener su título, Mirian comenzó a trabajar de inmediato.

En 1978 se casó, y el año siguiente nació su primer hijo, Klenin Luis. Después vino un cuarto miembro a la familia, una niña
a la que pusieron Yndira Josefina. Vivían en los bloques de Playa Grande, al oeste de Carúpano.

Después se dedicó a cursar los estudios de licenciatura en orientación. Como no podía hacerlo en Carúpano, porque ninguna de las instituciones locales ofrecía esa carrera, se matriculó en la Universidad Simón Rodríguez de Maturín, en el estado Monagas; ella recorría los más de 170 kilómetros entre una ciudad y otra todos los fines de semana para ver clases. Después de tantos viajes, se graduó en 1988. Y dos años más tarde nació Nairim Milagros, la última de sus hijos.

Fue por esa época que se divorció del esposo. Entonces volvió a la casa de los padres, en El Valle. Los abuelos la apoyaban y ayudaban con la crianza de los nietos, porque los trabajos de Mirian eran demandantes y ella se dedicaba con verdadera pasión a las cosas que le gustaban.

Después de que se graduó de técnico superior universitario, había empezado a laborar. Su primera experiencia fue en el Liceo Jacinto Gutiérrez de El Pilar, en el municipio Benítez, que atendía en paralelo con el Liceo de El Rincón. Unos años más tarde, logró el cambio hacia el Liceo Andrés Mata, en San José de Areocuar, donde permaneció hasta su jubilación. Por las mañanas, se alistaba y salía antes que el sol rumbo a cualquiera de las instituciones públicas, y por las tardes iba a alguno de los liceos privados: el Cecilio Acosta, el José Gregorio Hernández, el Rafael Osío Pérez, el Antonio José de Sucre. Completó los 25 años para su jubilación en la administración pública y siguió por 5 más en los liceos privados, hasta que se retiró con 30 años prestando sus servicios en estas instituciones. En algunas ocasiones, atendió asignaturas como psicología, educación familiar y ciudadana y castellano y literatura, porque era una lectora empedernida.

Muchas son las anécdotas que recuerdan sus compañeros en sus labores como orientadora. Como esas que cuenta la profesora María Villarroel, ya jubilada, y quien se encargó del área de educación para el trabajo por varios años en el Liceo Andrés Mata, en San José de Areocuar, y allí llegaron a tener una amistad muy cercana. Cada vez que algún estudiante tenía bajo rendimiento en las clases, o quizá con un comportamiento que se convertía en una perturbación para el desarrollo de las actividades, de inmediato lo referían con Marian. Lo hacían no solo porque ella estaba allí para atenderlos, como orientadora que era, y esa era una de sus funciones, sino porque tenían fe y confianza en lo que hacía, en las estrategias y técnicas que usaba para hacer sus abordajes, para acercarse a los estudiantes. Su carácter dócil, dulce la mayoría de las veces, era muy efectivo. Y los resultados no se hacían esperar: bastaban unas pocas conversaciones para que los muchachos volvieran al carril y al ritmo de la dinámica del colegio y de sus propias vidas. Porque Mirian no se conformaba solo con explorar lo que tenía que ver con el ámbito académico, sino que siempre iba más allá: llamaba a los padres, hacía visitas a las familias en sus casas. Todo para asegurarse del bienestar y la tranquilidad de los estudiantes, para que las cosas marcharan de la mejor manera. También estaba en cualquier conflicto que se generase entre los estudiantes para tratar de mediar y encontrar soluciones. No había situación, por más difícil que fuese, que ella no pudiese resolver.

Hubo una que fue especialmente retadora.

Un día, en plena jornada de clases, en una de las aulas comenzaron a caer desmayados varios de los estudiantes. La expresión de sus rostros lucía transformada, como si fuesen otros. Eso alborotó por completo a todos en el liceo. En realidad, no se trataba de un hecho aislado, sino de un dique que se había resquebrajado por la tensión acumulada durante varios días. Desde antes ya circulaban los rumores entre los estudiantes y los habitantes del pueblo: todo había comenzado con un grupo de muchachos jugando a la ouija y que ahora decían ser perseguidos y acosados por espíritus; se hablaba incluso de una supuesta secta; y que los estudiantes iban al cementerio municipal y tomaban flores y huesos de cadá
veres que usaban en sus juegos. De todas estas cosas se enteraron los profesores luego de los desmayos.

Mirian intervino con aplomo y profesionalismo: acudió a su experiencia y conocimientos. Ella misma refirió a psicólogos y psiquiatras a todo el que creyó que lo necesitaba. Incluso llevaron a un sacerdote al liceo para que celebrara misas. Y por supuesto, organizó reuniones y charlas con los padres y representantes para orientarlos. Fue por su intercesión que se logró aplacar la histeria colectiva que dominaba a todos; las aguas volvieron a su cauce.

Otra situación que ella supo afrontar y llevar hasta sus últimas consecuencias tuvo lugar en uno de los liceos privados en los que trabajaba como orientadora. En ese entonces, su hijo Klenin, ya graduado de docente, ocupaba el cargo de profesor de educación física y deportes en la misma institución. Mirian estaba atendiendo el caso de una niña de 2do año de bachillerato, quien había sido diagnosticada con autismo y recientemente tenía cambios de conducta que sus profesores no lograban explicarse. En sus conversaciones con la muchacha, esta le confesó a la orientadora sobre sus relaciones con dos jovencitos que estudiaban 4to año allí mismo. Las indagaciones de Mirian la llevaron a descubrir que se había tratado de abuso sexual, con el agravante de que la víctima era autista. Por eso no descansó hasta que el caso fue llevado a Fiscalía y los abusadores fueron investigados y juzgados; incluso uno de ellos cumplió condena en un correccional de menores.

Estas eran solo circunstancias en las que se ponía a prueba la entereza de su carácter. Porque ella era incansable con todo el trabajo que hacía con los jóvenes en los liceos, con los muchos talleres que preparaba sobre distintos temas para brindarles herramientas para actuar en sus vidas y salir adelante, en asuntos que incluso se consideraban tabúes: drogadicción, embarazo en adolescentes y proyecto de vida, exploración de la identidad sexual, exploración vocacional… Algunos eran programas que ella preparaba investigando y leyendo concienzudamente, documentándose, y que se nutrían de toda la experiencia que había acumulado. Como se conocía lo buena que era para estas actividades, la buscaban para que facilitara esos talleres en distintas instituciones. Y Mirian aceptaba con gusto.

Fue su disposición lo que la llevó a convertirse en una activa colaboradora para ayudar a resolver las necesidades de la comunidad de El Valle, donde había vivido desde siempre y a la que volvió con sus hijos luego de separarse del esposo, primero a la casa de sus padres, en la urbanización, y más tarde en otra casa que compró en la vereda VII de la Prolongación El Valle. Por eso fue que postuló su nombre para integrar el Consejo Comunal, y terminó siendo electa miembro principal. Lo hizo porque pensaba que desde esa organización podía hacer cosas que contribuyeran a mejorar las condiciones de vida de sus vecinos.

Por eso mismo, en 2012 se interesó en involucrarse en la Escuela de Ciudadanía, un proyecto que la Fundación Incide impulsaba desde hacía un año en Carúpano. Según le contaron sus vecinos Carmen de Gigante, Luis de Silveira y Luisa Sifontes, la idea era que a través de la formación en materia de gestión pública y de la promoción de la participación ciudadana las comunidades contaran con herramientas para encontrar soluciones a los problemas que los afectaban. Mirian vio una oportunidad para poder seguir trabajando por su comunidad de El Valle, así que se entusiasmó con sus vecinos por las cosas que le contaban y cada vez más participaba ella también en cualquiera de las actividades de formación, en los talleres y jornadas.

—Mirian, mi hermana, hay unas máquinas y un camión frente a la Escuela Eustoquia Luigi. Están recogiendo los escombros de los alrededores… —dijo Finita un día que visitó a su hermana y la encontró preparando el almuerzo.

Finita se distrajo por un momento conversando con los sobrinos y, sin darse cuenta, la hermana se había vestido velozmente y ya estaba saliendo por la puerta de la entrada.

—¡Mírenme el arroz que tengo montado en la cocina, que ya vuelvo! —pidió a los hijos.

Sin darle importancia al sol picoso que estaba ya en su punto más alto, Mirian llegó hasta la escuela, ubicada a unas pocas cuadras más abajo. Allí conversó con los operarios de las máquinas y les pidió que apoyaran a la comunidad recogiendo un montículo de desechos que se había ido acumulando en el estacionamiento cerca de su casa a partir de los sedimentos que bajaban del cerro, y que luego fue creciendo porque los vecinos echaban allí basura y escombros. Prometió a los hombres que les daría algún alimento y remarcó su petición insistiendo en que se trataba de una ayuda muy valiosa para la comunidad.

Al final de esa tarde, poco le importaban las carreras que tuvo que dar para preparar el almuerzo y tener todo a tiempo para que los operarios comieran, porque se sentía satisfecha al haber logrado que desapareciera aquel montón de residuos que ya llevaba allí varios años.

Otro día, se repitió una escena muy similar:

—Mi hermana, en la placita está Julio porque vino a inaugurar la gruta de la Virgen del Valle —le comentó Finita el mediodía del 8 de septiembre de 2022 en una de sus frecuentes vivistas a la casa de Mirian, mientras la hermana se afanaba frente a una olla hirviente.

Julio Rodríguez, el alcalde del municipio Bermúdez, estaba allí para participar en las actividades por el día de la Virgen del Valle, una advocación muy celebrada en la ciudad y en todo el oriente venezolano. La gruta con la imagen de la Virgen, además de la restauración de la plaza, era una obra de la alcaldía. Mirian pensó que era el momento de hablar con él y no dudó en ir hasta allá.  

—¡Vean la sopa, que ya le falta poco! Yo regreso ahorita… —dijo mientras se acomodaba una blusa que acababa de ponerse. Y encaminó sus pasos, bajo el sol inclemente, hacia la placita.

Al verla, Julio Rodríguez la reconoció y la saludó con afecto. Se había hecho habitual que la reconociesen en las oficinas públicas que visitaba con frecuencia para tramitar beneficios para el sector. Conversó con él y le planteó, una vez más, una solución para que por fin en El Valle tuviesen suministro de agua. Hablaron de la posibilidad de que la bomba que habían conseguido para la
vecina comunidad de Campo Alegre sirviese también para hacerles llegar el servicio a la Prolongación El Valle, aunque fuese dos días a la semana. Allí mismo la puso en contacto con el ingeniero de la alcaldía que podía ayudarlos con las gestiones y para que la propuesta se hiciese realidad.

En El Valle ya tenían más de 25 años sin que el agua llegase a las tuberías. Aunque a través de proyectos formulados por miembros de la comunidad y gestiones en organismos públicos —en los que también trabajó Mirian— habían logrado garantizar el suministro en algunos sectores, a la Prolongación El Valle, por su ubicación en la parte alta y por la falta de presión, no llegaba. Muchos vecinos tienen que comprar cisternas para llenar los tanques de las casas. Un gasto más que golpeaba los ya menguados sueldos. La escasez de agua y las fallas en el sistema de tuberías es un problema generalizado en Carúpano y en todos los pueblos de Paria. Esta era una preocupación que Mirian conocía muy bien porque ella y su familia lo habían padecido durante años.

Por eso el tema del agua era uno de los principales en la agenda de gestiones y en el trabajo comunitario que desarrollaba con algunos de sus vecinos.

Pero Mirian no llegaría a sentir la satisfacción de ver concretado sus esfuerzos.

Ese encuentro con el alcalde era una más de tantas diligencias que había hecho para ver cómo se solucionaba el surtido de agua. Ella había ido a cuanta oficina pública se le había ocurrido, había hecho solicitudes, habló con todo el que le recomendaron, formuló —con la asesoría de ingenieros expertos en el tema— proyectos de factibilidad técnica para que el agua volviese a las tuberías. La apoyaba siempre un grupo de vecinos comprometidos como ella con esa causa que habían hecho muy suya: como Luisa Prada, Omaira Gil, Juan Márqu
z, Lucrecia, Lourdes García, Soralis Díaz. Ese compromiso fue lo que los unió cada vez más por alcanzar una meta común, aunque no llegaba a concretarse. Les quedaba, al menos, la amistad y la hermandad que iba afianzándose en esas jornadas en las que a veces pasaban más tiempo juntos entre ellos que con sus propias familias.

De esa camaradería surgió el club de damas, en el que varias mujeres se reunían todas las semanas, cada vez en una casa diferente de alguna de sus miembros, para jugar juegos de mesa, celebrar los cumpleaños, el día de las madres, compartir entre ellas alguna comida, brindarse apoyo. Otra actividad es la que aún hacen con la imagen de la Rosa Mística, que llevan semanalmente —en una suerte de peregrinaje— de casa en casa de varios vecinos y allí le rezan y comparten entre los asistentes.  

Como Mirian era insistente y también era respetuosa de las diferencias políticas, en 2021 fue a conversar con la vocera principal del Consejo Comunal de El Valle. Lo hizo, aunque ella siempre fue opositora declarada y reconocida, y a pesar de las irregularidades con que designaron a esos otros voceros sin notificarles del proceso, cuando aún estaba encargada del sello e hicieron que lo entregara bajo amenazas. Mirian terminó aceptando porque Klenin, quien trataba de contener lo apasionada que era su madre cuando se trataba de estos asuntos de la comunidad, la persuadió de que lo hiciera. Sin embargo, ella ponía en primer lugar el bienestar de su comunidad y de los vecinos antes que su orgullo y los intereses personales. Se presentó ante la mujer acompañada de Luisa Prada, y la vocera les dijo que para ayudarlas con la solicitud para el surtido de agua era necesario presentar un proyecto.

—El proyecto está hecho. Mañana se lo traemos —respondió Mirian.

Y al día siguiente le entregaron el extenso documento. Luego de una revisión rápida, la vocera aseguró que debía hacerle unos ajustes al texto y que ella se encargaría de eso. Aunque después se dieron cuenta de que se trataba solo de una excusa para dilatar cualquier acción. Cada vez que iban a saber qué había pasado, la mujer les decía que no había terminado la revisión del proyecto, que volviesen otro día. Y los nuevos voceros tampoco hacían nada para resolver la situación.

Porque era insistente fue que Mirian habló con Julio Rodríguez, porque él ya conocía el caso y tenía intención de ayudarlos, además de q
ue existía una posibilidad real de garantizar el suministro de agua. Aunque nadie los ayudaba, no perdía la fe.

Una semana antes de su muerte por un ACV hemorrágico, el 26 de enero de 2023, Mirian regresaba con Luisa Prada del rezo de una vecina, amiga de ambas. Luisa le contó que estaba decepcionada de la vida en El Valle y que ya no quería vivir más allí: cansada de tener ya 26 años sin agua, sin una respuesta de las autoridades a las que habían acudido.

—No, Luisa, no decaigas. ¡No decaigas! —le dijo Mirian deteniendo el paso—. El lunes vamos a Campo Alegre a hablar con Marisela. No desistas, que ya verás que sí vamos a lograr algo. Y tú me vas a acompañar —se refería a la vocera principal del Consejo Comunal de Campo Alegre, quien había logrado conseguir con mucho esfuerzo una bomba para ese sector.

Son esas palabras de Mirian las que recuerda Luisa cuando piensa en que quizá la forma de conservar la memoria de su amiga, de que su legado permanezca, es dando continuidad al trabajo comunitario que llevó adelante, con la misma persistencia y pasión, y el apoyo de quienes integran la Escuela de Ciudadanía, para así hacer realidad los proyectos y todo lo que ella tenía pensado para el bienestar de la Prolongación El Valle.

Ahora que ella no está y sienten que han perdido a alguien que sabía liderar, más que nunca necesitan repetirse como un mantra: “No decaigas. No desistas. Lo vamos a lograr”.

Tal vez así puedan seguir adelante.

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