Sienten que Noris hizo escuela en ellos
Ellos son la red que la sostiene
Cuando Magalbert llega, Noris la abre la puerta y se
apresura a servirle un café con leche que ella bate con cuidado en la cocina,
que da al patio de la casa. Aunque todo el que llega es bien recibido, por su
salud, no siempre está en las mejores condiciones de atenderlos como ella
quisiera. Magalbert se lo hace saber:
—Te voy a aceptar el café solo porque vas a prepararlo
tú, que es algo que ya no pasa con frecuencia —le dice medio en broma, y Noris
sonríe como reconociendo que es verdad.
Mientras conversan, abre la puerta Elizabeth, una vecina
de Noris que trae en las manos un manojo de heliconias rojas y rosadas. Las
mujeres se saludan. Noris le reprocha jocosamente por todo lo que tardó en
traerle el encargo de las flores, que lleva días esperando, y Elizabeth le
responde diciéndole que es una ingrata. Las tres ríen.
En realidad, esta es una de las visitas que casi a diario
Elizabeth o su hijo hacen a casa de Noris cuando no es ella quien va a la de
ellos. Lo hacen como un modo de asegurarse de que está bien y para saber si su
vecina necesita algo.
Cuando las heliconias han sido dispuestas en los floreros
del comedor y la sala y Magalberth ya bebió su café con leche, se marchan las
tres.
Ya desde pequeña, siendo apenas una niña de 7 u 8 años,
Noris tenía la inquietud y la picardía que la caracterizan. Recuerda que, en
esa época, por ejemplo, supo que su padre iba a casarse con otra mujer que no
era su mamá, y ella, dispuesta a impedir que eso sucediera, habló con la jefa
de la novia, conversó con su propio padre; y cuando ya se habían casado,
primero les echó a perder la noche de celebración y después se instaló junto a
sus hermanos en la casa de los recién casados. Ella misma les preparó la ropa a
todos, los vistió y llegó a donde vivían. Allí estuvieron varios días.
Son todas anécdotas que ella recuerda, ya con sus 73
años, entre risas y nostalgia, como las travesuras de una niña “tremenda”. Años
más tarde, la esposa de su padre se convirtió en una amiga muy querida.
Noris nació el 16 de julio de 1949, en el Hospital San
Antonio, ubicado en la calle Sabana de Paja, en el centro de Carúpano.
Entonces, su madre, una muchacha oriunda de Casanay, era muy joven; recién
había cumplido 15 años. El padre era carupanero, de Macarapana. Ella sería la
mayor de muchos hermanos. Solo con su madre, fueron 6 hijos: 2 hembras y 4
varones.
Ante la ausencia del padre en el hogar familiar, a la
mamá le tocó salir adelante con sus hijos. La pequeña Noris apoyaba en todo lo
que podía en la casa. No solo por ser la mayor de los hijos, también porque
eran muy próximas en edad, entre ambas hubo siempre una relación muy estrecha y
afectuosa. Además, a ella le tocó asumir algunas de las responsabilidades con
sus hermanos; los cuidaba y se encargaba de que se asearan e hicieran la tarea
mientras la madre estaba afuera trabajando jornadas completas para darles
mejores condiciones de vida. Cuando el trabajo era en la propia casa, haciendo
arepas o hallacas, a Noris llevaba la bandeja con los pedidos o para ofrecer a
los clientes por las calles de Carúpano. Otras veces, se trataba de encargos
grandes, como el que atendían para la cárcel, de 300 arepas diarias; entonces
se levantaba a las 2:00 de la mañana para tener todo a tiempo.
Pero la madre nunca cultivó en ellos rencor hacia el
papá. Al contrario, siempre les insistía que, por encima de cualquier cosa,
aquel hombre era su padre y ellos le debían respeto.
Desde esos años, Noris fue moldeando en los más pequeños
de la casa un modo de ser que los hiciese personas de bien. Les insistía en que
el estudio era de lo más importante; todos debían estudiar para que en el
futuro tuviesen una profesión o un oficio con el que enfrentar la vida. Además,
como la mayoría eran varones, los involucraba en los oficios para mantener
limpia y ordenada la casa, para que ello no fuese una carga más para la madre,
que ya tenía bastante saliendo a trabajar y regresando tarde por la noche. De
alguna manera intuía que, más adelante, eso los ayudaría a ser buenos esposos y
padres de familia.
A la par de todo lo que tenía que hacer, cumplía con sus
responsabilidades en los estudios: el 1er y 2do grado los cursó en la Escuela
María Reina de López y después completó la primaria en la Escuela República de
Haití. A veces, precisamente por las ocupaciones de su mamá, tenía que hacer de
su propia representante, o acudir sola a las actividades familiares en la
escuela. Así fue aprendiendo a defenderse, a salir adelante a pesar de las
dificultades y limitaciones.
Era como si la vida la estuviese preparando desde muy
pequeña para enfrentarse a lo que se le presentaría por delante. Incluso en su
inclinación por el trabajo social.
En los años de su infancia y la adolescencia está muy
presente Nicomedes Visáez, un tío materno con el que solía pasar las temporadas
de vacaciones. El tío Nicomedes era diputado por el partido Acción Democrática
y vivía en Casanay, a una hora de Carúpano. Por su trabajo en la política,
desarrollaba trabajo comunitario en varios pueblos y campos de los municipios
vecinos de Casanay; Noris solía acompañarlo. Con él hacía los recorridos en los
que levantaban censos, para tener un registro de las necesidades de la gente y
buscar los mecanismos para brindarles ayuda. Ella se sentía muy a gusto con ese
trabajo y estaba encantada con las cosas que podían hacer por los demás.
También en su casa veía cómo su mamá era muy dada a
ayudar a sus vecinos, les tendía una mano cuando lo requerían. Después de pasar
muchas limitaciones ella misma, ayudaba a otros a paliar sus necesidades, que
no eran pocas. Siempre estaba dispuesta a servirles un plato caliente, de modo
que nadie salía de su casa sin comer, o bien les colaboraba para comprar los
medicamentos o para trasladarse a las ciudades vecinas a ir a hacerse una
operación. Ayudó mucho para que Canchunchú, donde solo había lodo y monte,
comenzara a consolidarse como una zona urbana con servicios e infraestructura;
acudía a organismos del Estado para hacer trámites y solicitudes que les
permitieran mejorar la calidad vida de las familias que habitaban ese sector.
Luego de trabajar en una fábrica de caramelos y en la
destilería Ron El Muco, la madre comenzó a invertir en su propio negocio. Iba a
Trinidad y compraba ropa, sábanas, toallas, que comercializaba en la ciudad.
Eso le permitió generar buenos ingresos para ella y su familia. Con las
ganancias compró una casa, pues hasta ahora habían vivido en propiedades
alquiladas, y así hasta que llegó a tener cinco. Y pudo tener más para seguir
apoyando a sus vecinos.
Noris la recuerda como una mujer dinámica, luchadora y
solidaria. Y esa impronta se le fue quedando como una marca que ha calado en su
modo de ser y sentir.
El bachillerato lo hizo en el Liceo Simón Rodríguez, en
el centro de Carúpano. Al culminar esta etapa, consigue su primer trabajo para
ayudarse a continuar sus estudios. Y lo hizo valiéndose de esa audacia y
picardía tan suyas. Se presentó en unas oficinas administrativas solicitando
empleo, y le dijeron que la única vacante disponible era de secretaria. Ella
respondió que sí, que estaba capacitada para asumir ese puesto. Con la misma
velocidad con que dio esa respuesta, se apresuró hasta una academia que había
entonces en la ciudad, para aprender con los profesores que allí había las
primeras nociones sobre el oficio, mecanografía, taquigrafía y manejo de
correspondencia. Incluso tuvo que pagar algunas horas extra.
Noris cumplió el período de prueba y le dieron el trabajo.
Después, se fue a Maturín, en el estado Monagas, a
estudiar telecomunicaciones, en el Instituto de Comercio San Juan Bosco. Era el
año 1964. Antes, Noris quería hacer la carrera de medicina o derecho, pero
pronto se dio cuenta de que ella no tenía aptitudes para esas áreas. En 1966 regresó
a Carúpano para seguir apoyando a su familia. Allí cursó los estudios de
técnico contable y de contabilidad superior en el Instituto Tecno-Comercial
Simón Bolívar de Carúpano, cuyos títulos obtuvo en 1985 y 1986.
Más tarde, se trasladó a Caracas por un empleo en
Aeropostal, que entonces era una empresa de capital mixto. Noris cumplió un
sueño que tenía desde la infancia: hacerse aeromoza. Los años trabajando allí
fueron de los más valiosos en su formación, no solo porque conoció a mucha
gente y ocupó varios cargos administrativos, sino también porque aprovechó al
máximo los cursos y talleres que ofrecía esa empresa en su Escuela de
Adiestramiento. Estaba ávida de nuevos aprendizajes. Ella tenía muy claro que
no se trataba solo de acumular certificados, sino de que todo lo que iba
aprendiendo en esas capacitaciones le permitía enriquecerse como profesional,
en sus valores personales y le ampliaba los horizontes. En el camino, Noris
hizo muchas amistades de esas que duran para toda la vida.
Cuando Aeropostal quebró, quedó fuera de la empresa; mediaba la década del 90. Una vez más, volvió a Carúpano.
Rosa Bethelmy la invitó a que se uniera a su equipo de
trabajo en el Ateneo de Carúpano, que entonces era una organización muy
importante en el quehacer social y cultural de la ciudad, con una nómina que
superaba los 100 trabajadores. Y allí entró por dinámicas culturales. Ese
empleo también le permitió acercarse a las comunidades y sus carencias. Allí
Noris continuó tejiendo esa red de amistades que tendía a donde quiera que
llegaba. Porque le resultaba muy fácil por lo conversadora y echadora de
cuentos, porque con todos bromeaba con sus ocurrencias. Eso sí, era
responsable, correcta y estricta en todo lo que tenía que ver con su trabajo,
con la calidad de lo que hacía; sus empleadores siempre quedaban satisfechos.
Sus compañeros de los años que formó parte del Ateneo la
recuerdan como una mujer alegre, que no faltaba a las excursiones y paseos que
los empleados hacían los fines de semana, e invitaba y convencía a otros que no
estaban muy entusiasmados. O era de las que organizaba los intercambios de
regalos en la época decembrina. Era muy animada para divertirse compartiendo
con los otros, celebrando junto a ellos. Esto era algo que ella equilibraba muy
bien con la disciplina y seriedad que imprimía a sus labores en el Ateneo, que
con los años se concentraron en la administración de esa institución.
Tampoco se olvidaba de ser solidaria con quienes tenían
mayores necesidades, allí mismo entre sus compañeros del Ateneo, como esa vez
que pasaron 4 meses sin cobrar sueldo porque el presupuesto no llegaba, y ella
ayudaba con los pasajes a uno, o le llevaba un kilo de arroz o de espagueti a
otro. Era muy desprendida con todo lo que tenía.
Al volver de Caracas, se estableció en el lugar en el que
ahora vive, en un sector de Canchunchú diferente donde estaba la casa familiar.
Y casi que repitiendo las acciones de su madre unas décadas antes, comenzó a
trabajar porque esa comunidad tuviera mejores condiciones: asfaltado, servicio
de aguas blancas y servidas, electricidad. Organizó a un grupo de vecinos,
entre los que estaba Elizabeth, y comenzaron a hacerlo posible. Viajaron hasta
Caracas varias veces para tramitar solicitudes ante los organismos de gobierno
para que el sector se consolidara como un urbanismo con las características que
tiene en el presente. Es algo que le enorgullece, de lo que se siente
satisfecha.
Luego de 14 años, se retiró del Ateneo.
Hacia finales de 2009, asistió a una reunión con Simón
Fuentes, animador de la Fundación Incide, en el Colegio de Ingenieros de Carúpano. Allí presentó el
trabajo que esa ONG desarrollaba en Cumaná y la propuesta de una Escuela de
Ciudadanía para el municipio Bermúdez. Noris se sintió entusiasmada, porque
pensaba que con la estructura y el respaldo de esa organización podría contribuir
a que Carúpano fuese la ciudad que ella soñaba. A inicios de 2011 comenzaron a
trabajar juntos en la consolidación de la Escuela.
Como todos los comienzos,
tuvieron momentos difíciles. Pero a Noris parecía que la vida la había estado
preparando para asumir aquella empresa. Era persistente; no se daba por
vencida. Era como si hubiese llegado al lugar que debía llegar.
Empezó a acudir a esa red de
amigos que había tejido con paciencia durante muchos años, con cada cuento que
compartía con ellos entre una y otra cerveza, con sus chistes y ocurrencias en
excursiones y reuniones, a esos con quienes fue solidaria. Muchos eran parte
del personal del Ateneo, a quienes ella conocía muy de cerca y apreciaba. Afinó
su ojo de reclutadora y fue convocándolos, y poco a poco se involucraron,
aunque al principio fuesen un tanto esquivos. Los que luego se convirtieron en
promotores reconocen que ella tiene un enorme poder de convencimiento y
persuasión, y que no se rinde ni siquiera después de muchas respuestas negativas.
Estelin Kristen entró en el
proyecto hacia mayo de 2012, cuando Incide lo nombró responsable de la
animación y coordinación de los procesos de ciudadanía del municipio Bermúdez y
a Noris la incorporan como delegada municipal.
El capítulo de su vida trabajando en la Escuela de
Ciudadanía es uno de los que más alegrías y satisfacciones le ha dado. Los procesos
que han llevado adelante han dado resultados valiosos para las comunidades y
para la ciudad, porque han acompañado a la gente a participar activamente en la
vida pública y la gestión de los presupuestos municipales. Además, los
habitantes de las comunidades donde han intervenido han aprendido que pueden
ser agentes de cambio a través de la participación ciudadana. Los promotores de
la Escuela reconocen el papel central que tuvo ella en la consolidación de esa
organización, que suma ya 150 promotores en 2022 en las 5 parroquias del
municipio Bermúdez, en un período de más de 10 años de funcionamiento.
Muchos sienten que Noris hizo escuela en ellos, que les
legó un modo de hacer las cosas, de organizarse, de ser persistentes cuando se
trata de trabajar por el bienestar de todos.
Y le ha permitido compartir con tantos ese amor maternal
que ella tiene para brindar a mares. Como no pudo tener hijos biológicos, la
vida la compensó dándole muchos que la quieren como a una madre. Así fue con
sus hermanos, de quienes Noris estuvo a cargo desde siempre, en especial al
morir su madre cuando aún no cumplía los 50 años y el menor de ellos, Robert
José, tenía solo 16. Con Jean Carlos, un
sobrino —su hijo— al que crio y condujo para que fuese un hombre de bien. Así
ha sido con Magalbert, que la acompaña a hacer sus diligencias y está junto a
ella en la coordinación de las actividades de la Escuela de Ciudadanía desde
que sufrió tres accidentes cerebrovasculares entre 2019 y 2021, como
consecuencia de la insuficiencia cardíaca que padece. Como su corazón solo
tiene una capacidad de trabajo de 25 por ciento, a veces no bombea la sangre
suficiente para llevar oxígeno todo su organismo.
Fueron momentos difíciles. Sus amigos y familiares pensaron que la perderían.
Pero con los medicamentos y los cuidados, poco a poco se
fue recuperando.
Estando convaleciente es que ha sentido retribuido con
creces ese amor que ha dado. Con Estelin Kristen y el médico Óscar Carrillo
ayudándola con los tratamientos y los estudios clínicos, buscando siempre
alternativas para que reciba atención. Con Magalbert y su esposo atendiéndola.
Con los vecinos que acudían para saber qué necesitaba y tenderle una mano. Con
cada uno de sus promotores apoyándola
en todo lo que podían, acompañándola para que no se sintiera sola.
Era como si esa red, que había construido con los años,
la sostenía, le permitió levantarse de la cama, mantenerse en pie.
Desde entonces, mantiene reposo, bajó el ritmo de
trabajo, y los médicos vigilan constantemente su estado.
Cuando regresan de la consulta médica a casa de Noris,
las dos mujeres conversan. El cardiólogo solo ha hecho unos pocos ajustes al
tratamiento, y la ha encontrado “estable”. En su caso, es lo mejor que puede
estar. Tuvieron que tomar un taxi porque se les hizo un poco tarde y Noris se
sentía algo fatigada por la jornada. Hablan de la reunión que tendrán esa
semana sobre algunos pendientes que deben resolver antes de un viaje que harán
a Cumaná.
A pesar de su enfermedad y el reposo, a Noris le cuesta
olvidarse de lo que pasa con la Escuela de Ciudadanía. Siempre el movimiento,
esa inquietud constante por hacer cosas, por estar activa. Es eso mismo, quizá,
lo que la mantiene con energía. Con los años, Magalbert ha aprendido a no
contrariarla y así las cosas marchan mejor para ambas.
En la avenida Universidad, ve que hay maquinarias de la
alcaldía trabajando en la reparación de uno de los canales, que colapsó.
—Y también debo hablar con Julio —dice, refiriéndose a
Julio Rodríguez, el alcalde del municipio Bermúdez—, porque este problema de
las aguas servidas socavando la ciudad nos va a explotar en la cara y va a ser
una desgracia para Carúpano. Con pañitos de agua tibia no lo va a resolver.
Tengo que hablar con él así sea lo último que haga… —dice, como si hubiese
recuperado el ímpetu de siempre.
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