Que la Escuela de Ciudadanía inspire a otros

Cuando Noris Visáez habla de la Escuela de Ciudadanía, los ojos le brillan, los abre enormes detrás de los cristales de sus lentes. Al contar las muchas anécdotas que recuerda, no existe el tiempo y no hay quien la detenga. Las historias fluyen una tras otra condimentadas con esa picardía muy suya. Muchas cosas han vivido ella y sus promotores a lo largo de estos 10 años de existencia de la Escuela de Ciudadanía.
 
Para ella todo comenzó por una reunión a la que la invitaron en el Colegio de Ingenieros de Carúpano a finales de 2009. Allí Simón Fuentes, animador de la Fundación Incide, presentaría el trabajo de esa organización no gubernamental con sede en la ciudad de Cumaná, y la iniciativa de una Escuela de Ciudadanía para el municipio Bermúdez.
 
Noris asistió. Ella es contabilista, y allí había abogados, sociólogos, psicólogos, trabajadores sociales, gente que se supone más vinculada con la intervención social. Pero le gustó mucho la presentación, la propuesta de una Escuela de Ciudadanía en el municipio, que promoviese la participación de los habitantes de las diferentes parroquias en la vida pública.

Porque Noris, desde mucho antes, quería desarrollar trabajo social en las comunidades; como estaba a punto de jubilarse, tendría el tiempo suficiente para hacerlo. Además, siempre se había dicho que no estaba dispuesta a quedarse encerrada en su casa luego de que le llegase su carta de jubilación del Ateneo de Carúpano, donde ocupaba un cargo como personal administrativo.
 
Se sintió entusiasmada. Así que mantuvo el contacto con Simón Fuentes, y el primer trimestre de 2011 comenzó a trabajar con él para consolidar la iniciativa de la Escuela.
Cuando a Noris le preguntan cuál es su papel dentro de la Escuela de Ciudadanía, ella responde que “Promotora”, lo dice con convicción, con orgullo. No deja de enfatizarlo. Para demostrarlo cuenta las anécdotas que recuerda de aquellos años. Cuando se montaba en los buses camino a su casa o hacia el centro de Carúpano, se paraba como los vendedores ambulantes y les hablaba a los pasajeros de la Escuela de Ciudadanía, les contaba de las posibilidades que representaba para el desarrollo del municipio y la ciudad, los invitaba a participar. También lo hacía en la fila del banco o cuando iba a la peluquería. Noris sabía que era buena para hablarle a la gente, para acercarse a ellos y animarlos; así que puso esa cualidad suya al servicio de ese trabajo que comenzaba a hacer.

Cuando se encontraba a alguna de sus muchas amistades en las calles de Carúpano, no dejaba de invitarla a tomarse un café o comerse un helado. Al final de aquel encuentro casual, Noris lograba comprometer a ese amigo para que asistiese al taller que organizaban para esa semana. Claro, a veces invitaba a muchos y solo unos pocos se animaban a ir.

Pero ella era muy persistente.
Llegó un momento en que Noris cambió la estrategia, porque quería tener un mayor alcance en las convocatorias. Se fue a las emisoras de radio. Al principio le cerraban las puertas; en los espacios radiales no parecían dispuestos a abrirle los micrófonos. Una vez más, fue persistente. Comenzó a entrevistarse con los directores de las emisoras, terminaba convenciéndolos de la importancia de una Escuela de Ciudadanía para el municipio, de los beneficios de que la población pudiese contribuir en la solución de los muchos problemas que afectaban a las comunidades. Ella misma debía prepararse en los temas que no dominada, pero que era imprescindible conocer si es que quería hacer bien su trabajo de promoción. Así que, curiosa, investigaba, leía y releía los materiales a los que tenía acceso.

Pronto ese trabajo rindió sus frutos, porque la Escuela de Ciudadanía comenzaba a conocerse en el municipio.
En mayo de 2012, Incide designa a Estelin Kristen como responsable de la animación y coordinación de los procesos de ciudadanía del municipio Bermúdez y Noris es incorporada como delegada municipal. Con el transcurrir de los meses, Noris comenzó a dictar algunos de los talleres que ofrecía la organización en la entidad. Con el apoyo de Estelin —“El peregrino” o “El predicador”, como ella misma lo llama— logró ir consolidando el trabajo de la Escuela. El peregrino venía una vez al mes de Cumaná y Noris se encargaba de que la gente asistiese a las reuniones.

En todo ese tiempo, Noris logró comprometer a muchas personas en ese trabajo, a otros que, con el tiempo, se hicieron promotores de la Escuela de Ciudadanía. Como pasó con Trina Gutiérrez, de 60 años, bibliotecóloga de profesión y quien se jubiló siendo directora de la Biblioteca del Ateneo de Carúpano. Su primer acercamiento fue a través de los talleres que dictaban Estelin y Noris, y se fue enganchando con los temas que se trataban, con el proyecto que estaban consolidando. Trina se sentía muy entusiasmada, así que cada vez participaba más.

Allí en el Ateneo habilitaron una sala para que se hiciesen las reuniones de la Escuela: una semanal con Noris y la mensual con Estelin. A esos encuentros asistían de 20 a 30 personas, los que se veía que estaban más comprometidos con el proyecto. Después, Trina acompañaba a Noris a distintas comunidades y compartían con los habitantes esos contenidos, leían los materiales, promovían discusiones y debates. Así llevaban las formaciones a la gente; iban convirtiendo cada comunidad en una escuela.
 
Trina cree que la camaredería y las buenas relaciones que casi de inmediato se dieron entre quienes estaban involucrados ayudaron muchísimo. Ella piensa que esa ha sido una de las claves fundamentales para que las cosas funcionen entre ellos. Además, Trina estaba dispuesta, tenía el tiempo y las ganas de salir a patear las calles de las comunidades.
 
Siendo parte de la Escuela de Ciudadanía, Trina aprendió a ser solidaria, descubrió que podía ayudar a otros, que podía contribuir con la formación de los habitantes de muchos barrios de Carúpano. No se trataba solo de ayudarlos a resolver sus problemas, sino que ellos se motivaran, que aprendieran las herramientas adecuadas para hacerlo de manera autónoma. Era una tarea compleja, pero estaba empeñada en lograrlo; el equipo estaba enfocado en ello.
 
Hasta entonces, Trina cree que vivía un tanto desconectada de la realidad que le rodeaba. Ella tiene su casa en el centro de Carúpano, así que no había tenido oportunidad de conocer más allá. Con el trabajo de la Escuela, comenzó a ver las necesidades que atravesaban las comunidades que visitaba: la falta de asfaltado, la ausencia de servicios públicos, la insalubridad. Y todo eso que iba viendo sirvió de estímulo para afianzar su idea de querer ayudar, de que lo que eso que estaban haciendo era beneficioso para las personas con las que trabajaban en los barrios.

Trina recuerda las visitas que hacían a las comunidades de Playa Grande, en concreto a Hato Romar. Playa Grande está en una de las parroquias más densamente pobladas del municipio. Hasta allá se iban, y les tocaba caminar desde la entrada de Playa Grande hasta la comunidad, lo que les tomaba unos 45 minutos, porque el compromiso que habían adquirido estaba por encima de las limitaciones de transporte que ya afectaban a la región. Noris llevaba alguna fruta para tener alguna merienda que compartir. A veces, ya de noche, les llovía o los agarraba un apagón, y tenían que resolver cómo regresar a Carúpano.

A pesar de todo ello, Trina se siente contenta con todo lo que ha podido hacer de mano de la Escuela de Ciudadanía.

Allí con ellos iba Ramón Maita, también promotor de la Escuela de Ciudadanía, quien recuerda sonriendo aquellas travesías en medio de la oscuridad o bajo la lluvia. Dice que esas situaciones adversas, esas “aventuras”, los hicieron seguir insistiendo; las dificultades que atravesaban los fortalecieron. Como grupo tenían la motivación suficiente para convertir las vicisitudes en alegrías. La mejor demostración de ello es que, en este momento, en esa parroquia es donde han logrado consolidar mayor cantidad de promotores de la Escuela.

Ramón Maita es un oficial superior de la Armada en situación de retiro y tiene 72 años. Estaba acostumbrado al dinamismo de su vida como militar, así que cuando pasó a retiro, se sentía fuera de lugar, inquieto. Era miembro del Consejo Comunal de su barrio, y allí también estaba Noris. Fue ella quien lo invitó a un taller de la Escuela de Ciudadanía. Y él no dudó en ir. Después de salir de aquel encuentro con Estelin, quedó convencido de dos cosas: primero, que la propuesta buscaba incorporar con todos; y segundo, que él quería trabajar allí.

Sintió que podía aportar desde su experiencia en la vida militar y que al involucrarse volvería un poco al dinamismo de los años antes del retiro. Pero en la medida en que iba aprendiendo cosas nuevas se daba cuenta de todo lo que aún desconocía, lo que le faltaba por aprender. Él no se amilanó. Ramón tenía conocimientos del manejo del área administrativa y organizativa, y eso lo pudo poner al servicio del proyecto, además de participar como promotor en las formaciones que llevaban a las comunidades.
Allí, tratando directamente con las personas, conociéndolas, metido de lleno en los debates que se daban en esos encuentros, compartiendo con ellos en algún sancocho o un café, llegó a vivenciar la calidad humana y los valores de los que habita en los barrios menos favorecidos. Para él aquello era un descubrimiento, porque en su preparación militar más bien le habían enseñado a ser un poco distante, desconfiado de las personas.
 
Donde sí encontraron desconfianza y trabas fue con las instituciones del Estado. Al principio, vieron que los funcionarios de gobierno eran reacios con el trabajo que estaban haciendo, pero con el tiempo esa actitud cambió. En la Alcaldía del Municipio Bermúdez, por ejemplo, al recibirles los proyectos para ser incluidos en el presupuesto municipal del año siguiente, el equipo de gobierno llegó a darse cuenta de que la Escuela de Ciudadanía estaba trabajando realmente por el bienestar de las comunidades. Entonces fueron más receptivos y llegaron a verlos como agentes de cambio en los lugares donde intervenían.
 
Ramón está satisfecho con el trabajo que ha hecho durante estos años. Cree que con la Escuela abrieron un espacio que la gente necesitaba para tener participación. El mejor pago que ha podido recibir, dice muy convencido, es haber visto concretarse los muchos proyectos que han logrado mejorar la calidad de vida de los carupaneros. Y eso le basta.
 
Su mayor preocupación en este momento es que puedan formar una generación de relevo de promotores de la Escuela de Ciudadanía. Ramón se ha dado cuenta de que no es usual que los jóvenes se involucren en las actividades que ellos promueven. Aunque en seguida matiza esto, porque recuerda que allí están Magalbert y Liliana, dos de las más jóvenes del equipo.
 
A raíz de las complicaciones de salud recientes de Noris, y que han hecho que baje el ritmo de trabajo, Magalbert Rodríguez, de 45 años, ha asumido mayores responsabilidades. Se podría decir que está al frente de las actividades que hasta ahora manejaba Noris. Los otros promotores hablan de su capacidad para organizarse, para cumplir con el sinfín de compromisos que se programa en su día a día. Quizá esa disciplina, esa estructura, provenga de su experiencia como bailarina.

Aunque se graduó de técnico superior universitario en publicidad y mercadeo, fue instructora de ballet y danza en el Ateneo de Carúpano y se desempeñó como bailarina de Danzas Carúpano. Tiene nueve años como parte de la Escuela de Ciudadanía, así que es una de las iniciadoras. Magalbert ya había participado en la asociación de vecinos y en consejos comunales, y a través de la Escuela pudo continuar con el trabajo social, algo que tanto le gusta. Con los talleres fue haciéndose una idea de lo que querían lograr en el municipio y sintió que estaba en correspondencia con sus inclinaciones por el trabajo comunitario.
 
Apoyando a Noris, acompañándola, fue formándose. Primero lo hizo asistiendo a los talleres, y luego también organizando iniciativas en El Lirio, la comunidad donde vive. Poco a poco fue afinando sus habilidades de liderazgo; eso era falta lo que hacía: gente dispuesta a trabajar en las comunidades, capaz de promover la integración, capaz de inspirar.
 
Al comienzo, dedicarse a su empleo y a la Escuela le resultaba cuesta arriba. La mayoría de las veces, el trabajo con las comunidades es exigente y requiere dedicación a tiempo completo. Pero poco a poco Magalbert fue abriéndose espacios para hacerlo. Ya no solo era organizar a los miembros de El Lirio, sino que se iba involucrando en actividades de mayor envergadura de la Escuela, en otras comunidades, ante organismos gubernamentales, estableciendo alianzas con organismos no gubernamentales.
Allí en El Lirio, junto a los promotores de la Escuela, dio forma a la celebración del aniversario de la comunidad, algo que nunca antes se había hecho. Eso permitió que los vecinos se organizaran en torno a una actividad en la que todos participaban y a la vez creaban un espacio para la recreación y el esparcimiento.
 
Después vino un ciclo de talleres y charlas que llevó a las escuelas de la zona. Magalbert buscaba los facilitadores y se acercaba a hablar con los directores de las instituciones para que los estudiantes pudiesen hacer de oyentes. Organizaban la logística y cuando era el día, iban de salón en salón abordando temas que tenían que ver con la educación ambiental, el embrazo a temprana edad, higiene bucal y prevención de enfermedades. Todas esas actividades fueron consolidando el trabajo que hacían, los daban a conocer en otras partes de la ciudad.
 
Por eso los invitaron a participar en una alianza junto a otras tres organizaciones para brindar atención en salud en la parroquia Bolívar, esta vez con enfermedades como malaria, zika y chikungunya. Ellos se involucraron con gusto, porque se apoyaban unos a otros y ayudaban a mejorar la calidad de vida de los habitantes de esa parroquia.
 
En este momento Magalbert está al frente de la organización de las “zonas” de la Escuela; a cada una corresponderían de cuatro a seis comunidades cercanas para trabajar en conjunto. Es un paso adelante en el modo de estructuración que están construyendo. Es una forma de hacer más operativo el trabajo que desarrollan en 60 comunidades a través de 134 promotores voluntarios que viven allí.
Magalbert mira hacia atrás, y cree que el mayor aprendizaje que ha cultivado en la Escuela de Ciudadanía es la tolerancia. Se ha hecho una mujer tolerante, que oye a otros con paciencia para poder orientarlos y acompañarlos en el proceso de construir soluciones a los problemas que se viven todos los días en los barrios del municipio Bermúdez.

Es optimista con respecto al futuro que sabe le depara a la Escuela de Ciudadanía. Y pone como ejemplo de ello que, en medio de la pandemia de covid-19, y a pesar de las restricciones por la cuarentena, pudieron seguir haciendo las formaciones de manera virtual; y mucha más gente ha participado. Está segura de que el trabajo no decaerá porque otros tantos se siguen incorporando.
Es el caso de Liliana Silva, de 51 años de edad, docente de educación integral, y quien tiene apenas dos años integrada a la Escuela de Ciudadanía. Llegó a ellos a través de los talleres de cuentacuentos que llevaban a las instituciones de educación básica. Fue un proyecto que le atrajo de inmediato y desde allí comenzó a involucrarse en otras formaciones como participante.

En esos talleres aprendió muchas cosas que ella podía relacionar con su experiencia como docente y que eran útiles para compartir con otros. Así pasó con un taller sobre cómo llevar la escuela a las casas, porque los padres estaban teniendo problemas con la orientación de sus hijos. Ella pudo enviar los materiales a algunos compañeros de trabajo. Incluso se atrevió a preparar unos guiones que grabó en audios con su propia voz, en los que daba consejos de cómo organizarse, y los puso a circular entre los grupos de WhatsApp de los representantes de los niños. Como vio que funcionaban, preparó algunos recursos didácticos que se podían compartir de la misma manera.

Los resultados la hacían sentirse satisfecha, porque era útil a otros ayudándolos a resolver problemas cotidianos. También, con un taller que trataba sobre cómo sobrellevar el duelo, Liliana pudo brindar apoyo a los vecinos del sector donde vive. En un período en el que hubo muchos contagiados de covid-19, algunos murieron. Así que ella se dedicó a escribir en los foro-chats de la urbanización notas de duelo enfocadas en dar ánimos a los familiares, muchos de ellos también enfermos, palabras que los hiciesen sentir acompañados en su pérdida.

Son cambios en su entorno que considera pequeños pasos, pero que son muy significativos para esos vecinos que han sentido que no están solos. Fue capaz de hacer todas esas cosas por la Escuela de Ciudadanía; allí descubrió cualidades y talentos suyos para poner el servicio de los demás. Por eso, dice sin un atisbo de dudas, quiere seguir trabajando en la Escuela.

Noris sabe que ellos no solo ofrecen formación a los habitantes del municipio para que sean mejores ciudadanos, que no solo organizan a las comunidades para que aseguren su participación en la vida pública. Se trata de algo más, de que son capaces de inspirarlos con el entusiasmo que le ponen a cada actividad, a cada asamblea, a cada taller. Eso es lo que ha hecho posible los resultados alcanzados, la consolidación de la Escuela de Ciudadanía.

Por eso ella quiere dar a conocer ese trabajo a nivel nacional. No le importan sus problemas de salud actuales; siente que aún le quedan cosas por hacer. Quiere que el trabajo de la Escuela sirva de inspiración a otros.
Solo así se sentirá un poco más tranquila.
Reinaldo Cardoza Figueroa



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